martes, 17 de julio de 2007

Ocurre en muchas circunstancias de la vida, en la de cada cual y en la de todos: conocemos el diagnóstico y la solución pero no disponemos de poder –y eso incluye nuestra voluntad-- para hacer lo que debemos hacer. Por lo que sea, no estamos en condiciones de llevar a cabo las acciones. “Por lo que sea” se refiere casi siempre, como digo, a falta de poder. Que no acabemos con las hambrunas o la pobreza absoluta no es un problema de la teoría, de falta de propuestas sensatas y bien fundadas, sino del mundo. Conviene no olvidar estas cosas para no seguir llamando a la puerta equivocada, para no echar otras culpas a las teorías que las que estrictamente les corresponden.
Pero no siempre es un problema de poder. Otras veces, y es el caso que más nos debería interesar, el problema es de nuestras instituciones políticas, empezando por nuestros sistemas democráticos, que dificulta el triunfo de las propuestas claras y distintas, que se muestra insensible a la información relevante. La resabiada coletilla de “las elecciones se ganan en el centro” es la versión manoseada periodísticamente de resultados poderosos de la teoría de la elección racional: el teorema del votante medio o en otra formulación, el teorema de Hotteling. En una interpretación rústica y sociológica, esto es, doblemente rústica, tales resultados vendrían a decir que, en nuestras sociedades, sin agudas polarizaciones de clases, para llegar al poder, para conseguir la mayoría, hay que limar aristas a las ideas, desdibujar las propuestas, escamotear los problemas, contentar a todos, esto es, no decir nada. Al final, las organizaciones políticas se ubican en un complicado dilema entre la claridad y el poder que, para lo que nos interesa, quiere decir que no hay modo de hacer uso de las tecnologías que las teorías normativas nos pudieran proporcionar. No creo que sea casual que, entre los políticos, cada vez se extienda a más asuntos y más importantes, esa enojosa descalificación, bastante insidiosa, de hacer “electoralismo con los asuntos importantes” (terrorismo, emigración, modelos energéticos, pensiones, etc.). Con las cosas de comer, no se juega, o al menos, no en el debate democrático. Hay, por decirlo con Ernesto, un coto vedado al coto vedado, una dificultad para que los asuntos serios puedan ser objeto del debate político.
Félix Ovejero.

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