jueves, 19 de febrero de 2009

En la vida pública los actos deben juzgarse por sus resultados, no por las buenas o malas intenciones de quienes los ejecutan.
Ricardo Medina Macías
19 de febrero de 2009.

martes, 10 de febrero de 2009

Lo que relumbra nació para el instante presente; pero lo auténtico no queda perdido para la posteridad.

Johann W. Goethe
Fausto

domingo, 1 de febrero de 2009

La persona que cree en un solo libro es siempre peligrosa: es el tipo de persona que se enfrenta a los problemas de la vida sin flexibilidad interna, basándose únicamente en rígidas suposiciones.

Sándor Márai
¡Tierra, Tierra!
Después de algunos meses de tener abandonado este espacio regreso a él. Lo más seguro es que nadie haya notado mi ausencia, pero escribo esta notificación por si acaso hay alguien con la suficiente paciencia y tolerancia (esta última, por cierto, no es ninguna virtud sino la mínima exigencia personal para posibilitar la convivencia humana), como para acercarse a este lugar perdido. Nuevas tareas, responsabilidades y perspectivas me han tenido algo ocupado y ello me ha impedido gozar del tiempo necesario para poner a disposición de quien llegue a ingresar a este sitio mis lecturas y mis reflexiones, cuya cantidad es siempre menor de lo que quisiera, pero al menos en las primeras frecuentemente encuentro la calidad deseada.

En fin, este espacio tiene como centro la palabra. Sí, esa que es el medio por el que los seres humanos nos comunicamos con los demás, sin ella la existencia personal resultaría insoportablemente vana y solitaria. La palabra es la materia de nuestros pensamientos y reflexiones, nuestros conceptos e ideas se expresan necesariamente a través de ellas. Cuantas más palabras tengamos disponibles para pensar y para expresar nuestros pensamientos, mayores y más certeras serán nuestras reflexiones y mejor será nuestra comunicación con los demás.

Un vocabulario pobre es sintomático de un pensamiento paupérrimo; un léxico distorsionado corresponde a la distorsión mental. Si queremos entendernos y comunicarnos mejor debemos enriquecer nuestro lenguaje, no empobrecerlo. En mi país se ha puesto de moda un concepto al que pretenciosamente se le llama «lenguaje ciudadano», concepto que parece muy democrático, pero a poco que se reflexione sobre él se llega a la conclusión de que no se trata sino de otro más de los disparates de nuestro tiempo, porque lo que bajo tal término subyace es la pretensión de reducir las posibilidades expresivas del lenguaje, supuestamente con el fin de que nos entendamos todos, esto es, reducir nuestra expresión al mínimo de palabras que se encuentran en el habla cotidiana del hombre común, demasiado alejado de los libros y demasiado habituado a la televisión como para ser capaz de expresarse con mediana suficiencia.

No, la solución, con el debido respeto, es la inversa. No podemos pensar en entendernos mediante el empobrecimiento general de nuestro lenguaje. Así como la solución al problema económico no pasa por empobrecernos todos para ser todos iguales, la respuesta acertada a la cuestión lingüística no pasa por depauperar el lenguaje de todos para hablar todos igual. Por el contrario, un lenguaje pobre es causa y efecto (un círculo vicioso) de un entendimiento y de una comunicación pobre,  si queremos entendernos y comunicarnos es necesario disponer de mayor materia prima, es preciso hacer un consistente esfuerzo personal y colectivo por enriquecer nuestras posibilidades expresivas y ello pasa por conocer de manera más intensa y extensa nuestra lengua y no por dejar perder su riqueza y conformarnos con lo mínimo necesario, con lo más elemental.

Ha dicho Sándor Márai que «el ser humano es un animal dotado de palabra. Ese animal se hace hombre en la medida en que es capaz de expresar sus pensamientos». Si esto es así, reducir nuestro lenguaje al limitado mundo del «lenguaje ciudadano» o, peor aún, al del lenguaje mediático o informático, ahora tan en boga, es una contribución al triunfo definitivo del género (animal) sobre la diferencia (racional).