martes, 17 de julio de 2007

En disciplinas con criterios de tasación inciertos, que uno se tome en serio las propias ideas, hasta el punto de tenga que dejar su país o su posición social, es, al menos, una señal, de que tiene un trato honesto con ellas. Que no le pasa, vamos, como al otro Marx, recuerdan: “señora, si no le gustan mis principios, no se preocupe, tengo otros”. Por supuesto, el compromiso veraz con las ideas no garantiza la verdad de las ideas, pero, eso no quita para que podamos dudar de las ideas de aquel que no asume las implicaciones prácticas que se siguen de ellas... Por eso hay razones para prestar atención a aquellos que nos dicen cosas que no nos gusta oír, que no dicen cosas por afán de agradar. A falta de asideros más sólidos, que se tomen en serio a sí mismos es una invitación para tomar en serio lo que nos dicen. En filosofía práctica nunca está de más pedir algunas prueba en primera persona de los talentos. Quizá no sea tan desatinada la opinión de que un filósofo infeliz -e incluso uno diría triste-- es un mal filósofo, al menos a uno que viva en nuestra parte del mundo y sin un cupo excesivo de infortunios.
Félix Ovejero.

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