lunes, 31 de marzo de 2008

Que uno se sienta superior a otro no le hace superior. Pero sentirse inferior a alguien sí le hará ser inferior a él.

Álex Grijelmo
La punta de la lengua. 

domingo, 30 de marzo de 2008

La libertad no se conquista con una acción heroíca. Es una práctica diaria de pequeños actos libres que son el soporte del derecho a los placeres de cada día.


Manuel Vicent
Cuerpos sucesivos.
La vida toma sus propias decisiones, y hay que acostumbrarse a negociar con ella.

Álex Grijelmo
La punta de la lengua.

viernes, 28 de marzo de 2008

He descubierto que me preocupo y desperdicio mi tiempo, mi pensamiento y mi hígado en cosas que al fin y al cabo son totalmente irrelevantes. Esto ya no puede seguir así. Mis días están contados y más me vale ocuparme de lo que hay de trascendente, de disfrutable y de grato en el mundo.


Germán Dehesa
Diario Reforma
28 de marzo de 2008

El tiempo

Sí, mi querido Lucilio, devuélvete a ti mismo, y el tiempo que hasta aquí se te quitaba y se te hacía perder, aprende a aprovecharlo. Puedes estar convencido: nuestros momentos preciosos, o nos los quitan o nosotros mismos los dejamos escapar. Y la pérdida más vergonzosa es la originada por nuestra negligencia, reflexiona y verás que una gran parte de la vida se invierte en hacerlo mal, otra parte en no hacer nada, y el todo en hacer lo contrario de lo que debiera hacerse. ¿Dónde está el hombre que sepa estimar el tiempo, y apreciar un día y comprender que se muere a cada instante? Nuestro error es no ver la muerte sino delante, cuando en gran parte la tenemos detrás: todo el pasado está ocupado por ella.




Séneca

viernes, 14 de marzo de 2008

Nunca se separan en un hablante el descuido de la lengua y el desdén hacia quienes escuchan o leen.

Álex Grijelmo.
Defensa apasionada del idioma español.

Equidad entre los sexos en clave personalista.

La vida del ser humano es una aventura eminentemente personal. Ante todo la persona, varón o mujer, tiene un ser personal que intelige, que siente, que apetece, que elige, que decide, que actúa y que crece.

La persona humana está revestida de individualidad, de manera que en el mundo de la realidad personal no nos encontramos con «la persona», sino con tal o cual persona. El ser personal es eminentemente relacional; por tanto, tiende a vincularse con las demás personas y requiere para su propio desarrollo y crecimiento de la comunidad en que se encuentra inserta.

La persona humana es un ser sexuado. Desde esta perspectiva, en el mundo personal humano la persona se manifiesta como varón o como mujer, con caracteres sexuales inherentes a su identidad personal que a la vez la identifican y la distinguen. Las personas tenemos un determinado sexo, no un género como en un paupérrimo español y tras una deficiente traducción del inglés suele decirse.

Sin embargo, la vida de la persona humana no consiste en su sexualidad. Esta es en efecto, uno de sus rasgos característicos, forma parte del núcleo de su ser personal, pero éste no consiste en sexualidad, sino en personalidad.

En otras palabras, lo que aquí quiere decirse es que el rasgo fundamental de la persona es precisamente su personalidad, la cual efectivamente tiene a la sexualidad como uno de sus aspectos centrales, pero la personalidad no consiste en su vertiente sexual ni se reduce a ella. Lo que pretendo destacar entonces es que más allá de las diferentes manifestaciones del ser personal humano en orden a la sexualidad lo fundamental, lo que nos une, lo que confiere a la persona su eminentísima dignidad es su ser personal, no su modo de ser sexual.

De allí que en la vida comunitaria la aspiración en la relación entre ambas manifestaciones de la personalidad humana, varones y mujeres, tienda a la búsqueda constante del reconocimiento de la igual dignidad entre unos y otras, de la igualdad de derechos y de la igualdad de oportunidades para el desarrollo material, espiritual, intelectual y físico, lo cual supone oportunidades sin discriminación en los campos educativo, cultural, deportivo, artístico, laboral y en general, en los terrenos social y político.

Entre varón y mujer encontramos una igualdad esencial que radica en su cualidad de personas, como ya lo hemos dicho. Pero es innegable que, desde el punto de vista de la conformación sexual, existen distinciones en cuanto al modo de ser personas. Tanto el varón como la mujer son iguales en tanto personas, pero difieren en el modo de ser o de manifestarse su ser personal.

La aspiración legítima, necesaria y urgentísima de igualdad entre el varón y la mujer no puede verse como negación de los diferentes modos de ser persona, sino como afirmación de la igualdad radical de la persona en cuanto tal y, consecuentemente, de la igual dignidad personal.

La vida de la persona es, lo decíamos al inicio, una aventura ¿En qué sentido podemos afirmar que esto es así? En el sentido de que no consiste en un simple «estar en» el mundo. La vida humana no se reduce al sólo hecho de existir, sino que lleva una misión implícita.

En efecto, la persona humana una vez que es llamada a la existencia tiene ya un ser personal, pero no como algo acabado. La persona humana incluso desde los puntos de vista físico y fisiológico se encuentra inmersa en un constante cambio, en un devenir. Pero ese cambio no es movimiento sin sentido alguno, sin dirección, sin rumbo. Se trata de un cambio «hacia», un devenir tendencial que propende hacia una finalidad específica, hacia la plenitud del ser personal, hacia el desarrollo de sus potencialidades, hacia el encuentro con el destino personal que tiene que cumplir. En este sentido podríamos decir que la vida de la persona humana es un proceso continuo de formación y realización.

La persona humana es un ser perfectible en continuo crecimiento. Pero la persona humana es un ser relacional, decíamos antes, tiende y requiere de vivir en sociedad para la consecución de los fines propios de su ser personal. Esta sociedad se integra precisamente por personas a cuyo desarrollo y crecimiento se ordena. La comunidad de personas se encuentra a sí misma en permanente cambio, en un proceso de desarrollo análogo al de las personas que lo integran. De esta manera existen en la sociedad estadios de desarrollo y al igual que ocurre con las personas, en su devenir avanza, retrocede o se detiene en distintos sentidos y momentos.

¿Qué sentido tiene decir todo esto que se ha dicho en orden a la equidad social entre los sexos? Mucho más de lo que parece, como lo veremos enseguida.

En el desarrollo de las distintas comunidades nacionales que ahora conforman esta comunidad mundial han existido momentos históricos diversos. Aún hoy no encontramos un nivel de desarrollo uniforme.

En muchos ámbitos y en distintos sentidos, durante largas épocas las sociedades han perdido de vista el carácter fundamentalmente igualitario de la dignidad personal. Así, en la mentalidad y en la cultura de los pueblos se ha incrustado la creencia en la superioridad natural del hombre sobre la mujer. Esto quizá no habría pasado de ser algo anecdótico si no fuera porque lo que se cree y lo que se piensa suele tener una importante influencia sobre lo que se hace y lo que se vive. Durante muchos siglos esa mentalidad se ha traducido en relaciones de sometimiento, subordinación y abuso entre varones y mujeres, porque se ha perdido o difuminado la perspectiva personalista, la conciencia de que pese al modo diverso de ser personas, hay una igualdad esencial que ni disminuye ni aumenta en razón del sexo al que se pertenezca, y de que el acervo de derechos y oportunidades que corresponde a cada persona no puede verse menoscabado en función de su diferente manera de ser persona.

En los modernos estados constitucionales y democráticos se ha desarrollado la conciencia de esa igualdad y hemos venido transitando paulatinamente y no tan rápido como se quisiera, de las distinciones discriminatorias hacia la equidad que reconoce la igualdad esencial, pero que no soslaya las diferencias. Se ha avanzado en el proceso de desarrollo cultural, social y político de nuestra sociedad hacia el reconocimiento y vigencia plena de los derechos de las mujeres, mas no tanto como se debiera haber avanzado.

Sin embargo la equidad o, mejor dicho, las relaciones equitativas no son algo que está allí de una vez para siempre, sino algo que hay que estar continuamente alcanzando, conquistando, edificando y perfeccionando. No son las actitudes autocontemplativas ni de mera lamentación las que pueden impulsar este proceso, sino más bien las actitudes participativas.

Es necesario retomar una actitud personalista basada en la igualdad esencial que supone la igual dignidad entre las personas, para construir desde allí una sociedad que impulse a los hombres y mujeres de hoy a la realización y al perfeccionamiento de su personalidad, que les reconozca sin distinciones discriminatorias igualdad jurídica y en consecuencia, que les facilite por igual el acceso a los bienes materiales, intelectuales y espirituales.


jueves, 13 de marzo de 2008

Infierno cerrado de asesinato masivo o espiral de indignidad en el más básico sentido de la palabra: esto es lo que fue el Holocausto. Y porque lo fue, no está moralmente permitido cansarse de condenarlo. Quien se cansa, quien considera que ya todo está dicho y que toda reiteración es superflua, facilita el ingreso del olvido. Al hacerlo, reduce la conciencia de la propia dignidad, que no se agota en la defensa de la propia agencia moral, sino que incluye también el respeto a la dignidad del prójimo. Por ello, toda lesión de la dignidad del otro revierte como bumerán sobre la propia dignidad. El Holocausto lo puso de manifiesto con absoluta maldad; si alguna lección podemos sacar de esta calamidad, creo que ella es la de tener presente que la deshumanización colectiva no es un fantasma imaginario sino un peligro real quizás sólo evitable si nos mantenemos alerta estimulando el recuerdo de lo que fue a fin de salvaguardar la nota distintiva de nuestra humanidad: la dignidad de cada persona.
Ernesto Garzón Valdés.
La calamidad moral del Holocausto.
Nexos 363, marzo de 2008.
Nadie puede ser cómplice de un delito inevitable cometido por terceros.

Ernesto Garzón Valdés.
La calamidad moral del Holocausto.
Revista Nexos 363, marzo de 2008.
En la historia de la humanidad, puede afirmarse sin temor a equivocarse que el número de calamidades supera ampliamente al de catástrofes. El ser humano parece tener una tendencia a dañar al prójimo que conduce irremediablemente a la reiterada realización de calamidades.

Ernesto Garzón Valdés
La calamidad moral del Holocausto
Revista Nexos número 363, marzo de 2008.