viernes, 4 de enero de 2013

Las múltiples caras de lo real.

En su ensayo Lo Malo de lo Bueno, Paul Watzlawick plantea la doble cara que suelen tener los fenómenos en orden a su valoración. Lo bueno no es absoluta, necesaria, indefectible, permanente o totalmente bueno. En general, en nuestra manera de discurrir o de dialogar, solemos perder de vista estos diferentes aspectos de toda realidad, nos expresamos en términos binarios como si, también lo plantea Watzlawick en otro ensayo, las terceras posibilidades siempre estuvieran excluidas.

Carmen Boullosa lo expresa de otra manera en una de sus novelas, cuando escribe «todos los paraísos vienen emponzoñados», lo que usualmente calificamos de bueno no está exento de peligros, ni lo malo de beneficios. Aunque quizá no siempre sea así, es posible pensar en situaciones extremas desprovistas de esa doble cara, situaciones de mal radical a las que sería difícil encontrarles el lado bueno pero ¿quien podría saberlo? De cualquier manera lo común no es así. Incluso cabría decir que la cara de lo real más que doble es múltiple, las posibilidades son regularmente varias.
Finalmente estamos en el terreno siempre movedizo y espinoso de las valoraciones. La información disponible, de ordinario insuficiente; nuestros limitados cálculos acerca de los efectos de una determinada acción o causa, nuestras percepciones distorsionadas, nuestros prejuicios y tantas otras cosas que inciden sobre los juicios de verdad o de valor constituyen aspectos subjetivos que terminan por sesgar nuestras conclusiones.
Aristóteles señala en La Retórica que no podemos conocer de la misma manera todas las cosas. Frente al absolutismo de la verdad o del valor que plantea no sólo la posibilidad del conocimiento verdadero y cierto sin distinciones o matices, sino su inmutabilidad; se plantea el relativismo que postula, también sin distinciones o matices, que todo juicio, sea de valor o de verdad, es incierto, mutable y dependiente. Frente al objetivismo que postula la adecuación de nuestros juicios a la realidad, se opone el subjetivismo que niega tal posibilidad. También se hace presente el escepticismo, que niega la posibilidad de fundar nuestros juicios, frente a toda concepción que sustente que siempre es posible fundar nuestros juicios.

Retomando la idea de Aristóteles de que no todo es cognoscible de la misma manera, sospecho que el problema está en ese planteamiento de «todo-nada» o «siempre-nunca», etcétera. Quizá la solución pase por hacernos cargo de que «no todo» no es igual a «nada» y de que «no siempre» no equivale a «nunca», de que en medio de esas categorías radicales y reductivas que solemos emplear para facilitar la comprensión o la comunicación, hay toda una gama de matices y un amplio espectro de posibilidades. De que la realidad es compleja, de que contamos con certidumbres que utilizamos mecánicamente para vivir cotidianamente, pero que en el mundo hay mucho de incierto.

Decir, por otra parte, que «todo» juicio es objetivo o subjetivo, empobrece nuestra visión, porque a final de cuentas el juicio lo realiza un sujeto respecto de un objeto, es decir, establece un vínculo entre un sujeto y un objeto, por lo que, de entrada, no puede ser pura subjetividad o pura objetividad. Aun postulando un idealismo extremo, habría que reconocer que todo juicio es un juicio sobre algo, ese algo se presenta como objeto del juicio, de tal manera que aunque el objeto fuera meramente ideal, seguiría siendo pensado como objeto de un juicio.

Una actitud no binaria frente a los juicios de verdad o de valor, puede ser particularmente útil cuando analizamos fenómenos sociales y, en mi opinión, es imprescindible cuando se trata de vivir en Democracia. Es necesario asumir, como parte de una auténtica actitud demócrata, que la realidad es más compleja de lo que parece y que admite una amplia gama de colores y matices, además del negro y del blanco; asumir, por ejemplo, que entre la disyuntiva «verdadero-falso» un juicio podría ser sólo parcialmente verdadero o falso; o que el grado de oposición por contradicción que determina la falsedad de una proposición cuando la otra es verdadera, ocurre muy raras veces.
Puestos a analizar y a opinar sobre fenómenos sociales, políticos o económicos, solemos perder de vista algunas cuestiones que no resultan de menor cuantía, pero que agravan nuestra dificultad para juzgar. Las caras de lo social son especialmente múltiples.

Por una parte, que las relaciones de causalidad en tales ámbitos son sumamente complejas y difusas. Que lo son porque normalmente obedecen a causas múltiples y por la gran dificultad en el discernimiento, observación, distinción y jerarquización de todas las causas probables de un determinado fenómeno. Además, a mi juicio, existe un elemento adicional que incide en un incremento en el grado de complejidad: los fenómenos inciden sobre sus propias causas y, en última instancia, sobre sí mismos. Por ejemplo, deficiencias en el sistema educativo arrastradas a lo largo del tiempo terminan por generar, a su vez, mayores deficiencias educativas, dado que si los padres y los maestros de un educando fueron formados por un sistema educativo deficiente tenderán a transmitir y a reproducir sus propias deficiencias, probablemente incrementadas. Así, un alumno de profesores carentes del hábito de lectura, con padres ajenos a esa práctica, en un hogar en que los libros brillan por su ausencia será, normalmente, un alumno sin lecturas.

Así se generan círculos viciosos que deben ser combatidos atacando directamente al fenómeno y a sus causas, de ser posible, a todas sus causas y en orden de prioridad que atienda a criterios de importancia, urgencia y posibilidad (disponibilidad de medios). Los resultados no siempre podrán ser vistos de inmediato (de hecho en la mayoría de los casos no ocurre así), muchas veces los efectos de una intervención tendente a romper el círculo vicioso sólo serán visibles y mensurables en el mediano o largo plazo.

Por otra parte, existe una tendencia a contrastar realidades únicamente con situaciones ideales, cuyo resultado es y será, indefectiblemente, mostrar realidades deficitarias. Además, se parte de un presupuesto falso: la existencia de condiciones ideales como punto de partida de situaciones reales, lo cual casi nunca sucede, y decimos “casi nunca” únicamente como un ejercicio metodológico para admitir hipotética, aun cuando improbablemente, la posibilidad de que alguna vez ocurra de ese modo. De esta manera, al no alcanzarse una situación ideal de cosas, bajo el presupuesto de que se parte de una condición ideal en la que se disponen de todos, absolutamente todos los medios y todas las posibilidades, la única explicación posible para la distancia entre realidad real y “realidad” ideal, es la impericia o la falta de voluntad de quienes tienen a su cargo la conducción del proceso social, político o económico de que se trata.

Lo anterior, en el mejor de los casos, constituye un grave error metodológico, cuando no una transgresión franca al principio de buena fe. Un estado de cosas real no es comparable con estados ideales de cosas. No, al menos, si lo que se quiere es medir el grado de eficacia o los resultados de ciertas medidas o acciones de intervención sobre una situación real concreta. Lo anterior no sólo porque el estado ideal es por definición realmente inexistente, sino porque lo real y lo ideal se encuentran en planos distintos. Si queremos juzgar sobre situaciones reales deben tomarse como punto de partida las situaciones y las condiciones reales situadas en un punto anterior a la aplicación de la medida.

Así, la situación ideal constituye una referencia que constituye un punto de llegada hipotético. Sirve, no como término, sino como criterio de comparación, lo cual es sustancialmente distinto, puesto que los resultados de medir con instrumentos ideales, serán necesariamente resultados ideales. La evaluación de la eficacia de una acción debe realizarse comparando el estado de cosas resultante (ER) con el estado de cosas precedente (EP), teniendo como criterio de referencia final el hipotético plano ideal (EI), pero no como unidad de medida o de comparación. Así, si (ER) está más cerca de (EI) que (EP), la acción habrá tenido, plausiblemente, un cierto grado de eficacia; si la distancia de (ER) y de (EP) respecto de (EI) permanece inalterada, la acción plausiblemente habrá resultado ineficaz. Finalmente si (ER), comparado con (EP), se aleja de (EI), la acción plausiblemente ha resultado contraproducente.

En el esquema anterior se enfatiza el carácter plausible de los resultados, porque ya se ha dicho que las relaciones causales que se analizan siguen siendo demasiado complejas, de modo tal que el resultado no necesariamente ha sido producido por la acción objeto de evaluación, sino que puede ocurrir bajo el influjo de causas diversas.
Aun así, el esquema ilustra básicamente que el punto de comparación de una situación real, cuando se pretende medir resultados reales, debe ser otra situación real, en una situación en la que ambas tienen, como punto de referencia a cuya luz se comparan, una hipotética situación ideal. En todo caso, deben tenerse en cuenta las condiciones reales que rodean tanto a (EP) como a (ER).
Ello no excluye la posibilidad de efectuar valoraciones en el plano ideal, de hecho la función de los puntos de referencia ideal es precisamente valorativa. Lo que se quiere decir es que debe en todo caso distinguirse el plano en que se desenvuelve la evaluación, de tal manera que movidos en el plano ideal obtendremos resultados ideales, en tanto que si queremos obtener resultados reales, será necesario comparar situaciones reales.

No hay comentarios: