En política, como en economía, la
psicología social es bastante más relevante de lo que solemos pensar. Lo que
pensamos sobre la realidad, aun cuando no se adecue a los hechos, termina por
incidir sobre los hechos.
Las realidades sociales, políticas y económicas, son dinámicas; los equilibrios que en ellas se generan tienden a ser inestables debido, en buena medida, a que dependen de comportamientos humanos. Estos a su vez tienen sus raíces en complejos grupos de factores en los que intervienen decisivamente nuestras percepciones y creencias acerca de la realidad, que, al ser fuente de comportamientos específicos inciden sobre las mismas realidades en cuyo contexto emergieron, alterándolas y modificando su curso.
Las realidades sociales, políticas y económicas, son dinámicas; los equilibrios que en ellas se generan tienden a ser inestables debido, en buena medida, a que dependen de comportamientos humanos. Estos a su vez tienen sus raíces en complejos grupos de factores en los que intervienen decisivamente nuestras percepciones y creencias acerca de la realidad, que, al ser fuente de comportamientos específicos inciden sobre las mismas realidades en cuyo contexto emergieron, alterándolas y modificando su curso.
Los sociólogos han dado cuenta de
esta circunstancia y han advertido que nuestra imagen acerca del mundo real,
aun siendo falsa, produce efectos reales. En ese sentido, el sociólogo estadounidense
William I. Thomas formuló, en el primer cuarto del siglo veinte, el conocido teorema
que lleva su apellido, en el cual se dice, en resumidas cuentas, lo que
acabamos de decir. Se trata de explicar cómo, una vez definida como real una
situación, ésta puede ser convertida en real por el grupo social que así la
supone.
A partir del teorema de Thomas la
sociología y la psicología han desarrollado una noción cuya autoría se atribuye
a Robert K. Merton, también sociólogo estadounidense: las profecías que se
autocumplen. Éstas son enunciados acerca del futuro; predicciones que, fundadas
o no, una vez emitidas producen su propio cumplimiento.
Lo anterior sucede cuando el
vaticinio es considerado por una persona o grupo de ellas como fundado. Por su
virtud se altera el sistema de creencias y, por tanto, se alteran también los comportamientos,
mismos que tienden a adecuarse a los términos de la profecía garantizando así
su cumplimiento.
Un ejemplo quizá nos ayude. Si
alguien predice una crisis económica, aunque no haya condiciones objetivas para
ello y, por la razón que se quiera, tal augurio adquiere fuerza y solidez en la
conciencia de un grupo suficientemente relevante de agentes del mercado, es
probable que éstos, al ajustar su comportamiento económico a la idea de que la
situación es o deviene económicamente crítica, produzcan una alteración tal en
el mercado que termine por propiciar efectivamente una crisis que, previo al
anuncio del originalmente equivocado oráculo no tenía visos de ocurrir.
Poco importa si el pronóstico no
es más que un descabellado y grosero embuste, lo importante es que sea creído,
además de por quiénes y con qué fuerza sea creído. Esto no quiere decir que
siempre estas predicciones sean palmarios fraudes, lo único que se quiere poner
de relieve es que no importa qué tanto fundamento tenga el anuncio, o si no lo
tiene en absoluto, porque lo decisivo aquí es lo que se cree acerca de la
realidad, con independencia de la propia realidad.
En el curso de una campaña
electoral la imagen que los electores tengan acerca de los candidatos y
partidos que los postulan es sumamente relevante. No sólo importan las percepciones
acerca de la bondad de una determinada oferta política, ni sobre la capacidad,
talento y honorabilidad de los propios candidatos, sino también sobre si esa
oferta política es potencialmente ganadora. Esto ocurre con mayor fuerza en los
sistemas mayoritarios, en donde los votos recibidos por las opciones no
ganadoras se tornan, a la postre, irrelevantes para la elección.
Un candidato que pretende ganar
una elección debe convencer al electorado de que puede ganarla, no basta con
convencerlo de que es un potencial buen gobernante si el electorado no lo
percibe como candidato potencialmente ganador. En este sentido las encuestas pueden
funcionar como profecías que se autocumplen, de tal manera que posicionar la
imagen de un candidato como ganador altamente probable, incrementa notablemente
sus probabilidades de éxito electoral, al haber incidido indirectamente sobre el
comportamiento del electorado.
Este es, de alguna manera, el
planteamiento que se hace en la película Inception de Christopher Nolan.
Introducirse en los sueños de alguien para sembrar u originar una idea que
alterará su comportamiento futuro. En otras palabras, modificar el sistema de
percepciones y creencias para incidir en la conducta.
Cuando se instala en la convicción
general, de manera consciente o no, que una determinada opción política en un
contexto democrático es potencialmente restauradora de un régimen autoritario
previo, puede generarse otra profecía autocumplida una vez que tal
opción política se haga con el poder político. Esto ocurre porque, sin lugar
a dudas, una de las notas distintivas de los gobiernos autoritarios o
autocráticos es su capacidad para infundir temor, de manera que la sola
percepción a priori de la posible restauración
de una autocracia es capaz generar las condiciones que la posibiliten.
En ese sentido, a las voces que
en un contexto democrático suelen hablar, el temor podría tornarlas silentes;
las conciencias críticas habituadas a cuestionar y a disentir en un entorno
favorable, podrían dejar de hacerlo en un ambiente que consideran riesgoso,
aunque realmente no lo sea; quienes en un orden democrático y libre se han
convertido en factores de equilibrio podrían mejor optar por la alianza, la complicidad
o la connivencia, franca o disimulada, con el régimen político, al percibirlo
como autoritario en ciernes. No sólo opera el miedo sino también, en virtud del
propio temor, la conveniencia que funciona de modo similar.
Así, las creencias y percepciones
terminarían propiciando, también en un caso como este, el caldo de cultivo para
hacer realidad lo creído o percibido, por más que originalmente no concurrieran
sus condiciones objetivas de posibilidad. Es sabido que un poder sin
diques tiende a desbordarse, de manera que, cuando las personas o instituciones
que debieran jugar ese papel dejan de hacerlo se ha incubado el virus del
autoritarismo.
El adecuado funcionamiento de los factores de equilibrio del poder público, tales como partidos de oposición,
poderes e instituciones públicas, medios de comunicación, etcétera, es fundamental para la conservación y desarrollo de un régimen democrático. La
democracia es un régimen basado en el pluralismo, cuando éste deja de
manifestarse o se torna pasivo, el sistema democrático corre el riesgo de
involucionar a fases predemocráticas o, peor aún, abiertamente antidemocráticas.
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