lunes, 28 de enero de 2013

Democracia, realidad y percepción.

En política, como en economía, la psicología social es bastante más relevante de lo que solemos pensar. Lo que pensamos sobre la realidad, aun cuando no se adecue a los hechos, termina por incidir sobre los hechos.

Las realidades sociales, políticas y económicas, son dinámicas; los equilibrios que en ellas se generan tienden a ser inestables debido, en buena medida, a que dependen de comportamientos humanos. Estos a su vez tienen sus raíces en complejos grupos de factores en los que intervienen decisivamente nuestras percepciones y creencias acerca de la realidad, que, al ser fuente de comportamientos específicos inciden sobre las mismas realidades en cuyo contexto emergieron, alterándolas y modificando su curso.

Los sociólogos han dado cuenta de esta circunstancia y han advertido que nuestra imagen acerca del mundo real, aun siendo falsa, produce efectos reales. En ese sentido, el sociólogo estadounidense William I. Thomas formuló, en el primer cuarto del siglo veinte, el conocido teorema que lleva su apellido, en el cual se dice, en resumidas cuentas, lo que acabamos de decir. Se trata de explicar cómo, una vez definida como real una situación, ésta puede ser convertida en real por el grupo social que así la supone.

A partir del teorema de Thomas la sociología y la psicología han desarrollado una noción cuya autoría se atribuye a Robert K. Merton, también sociólogo estadounidense: las profecías que se autocumplen. Éstas son enunciados acerca del futuro; predicciones que, fundadas o no, una vez emitidas producen su propio cumplimiento.

Lo anterior sucede cuando el vaticinio es considerado por una persona o grupo de ellas como fundado. Por su virtud se altera el sistema de creencias y, por tanto, se alteran también los comportamientos, mismos que tienden a adecuarse a los términos de la profecía garantizando así su cumplimiento.

Un ejemplo quizá nos ayude. Si alguien predice una crisis económica, aunque no haya condiciones objetivas para ello y, por la razón que se quiera, tal augurio adquiere fuerza y solidez en la conciencia de un grupo suficientemente relevante de agentes del mercado, es probable que éstos, al ajustar su comportamiento económico a la idea de que la situación es o deviene económicamente crítica, produzcan una alteración tal en el mercado que termine por propiciar efectivamente una crisis que, previo al anuncio del originalmente equivocado oráculo no tenía visos de ocurrir.

Poco importa si el pronóstico no es más que un descabellado y grosero embuste, lo importante es que sea creído, además de por quiénes y con qué fuerza sea creído. Esto no quiere decir que siempre estas predicciones sean palmarios fraudes, lo único que se quiere poner de relieve es que no importa qué tanto fundamento tenga el anuncio, o si no lo tiene en absoluto, porque lo decisivo aquí es lo que se cree acerca de la realidad, con independencia de la propia realidad.

En el curso de una campaña electoral la imagen que los electores tengan acerca de los candidatos y partidos que los postulan es sumamente relevante. No sólo importan las percepciones acerca de la bondad de una determinada oferta política, ni sobre la capacidad, talento y honorabilidad de los propios candidatos, sino también sobre si esa oferta política es potencialmente ganadora. Esto ocurre con mayor fuerza en los sistemas mayoritarios, en donde los votos recibidos por las opciones no ganadoras se tornan, a la postre, irrelevantes para la elección.

 
Un candidato que pretende ganar una elección debe convencer al electorado de que puede ganarla, no basta con convencerlo de que es un potencial buen gobernante si el electorado no lo percibe como candidato potencialmente ganador. En este sentido las encuestas pueden funcionar como profecías que se autocumplen, de tal manera que posicionar la imagen de un candidato como ganador altamente probable, incrementa notablemente sus probabilidades de éxito electoral, al haber incidido indirectamente sobre el comportamiento del electorado.

Este es, de alguna manera, el planteamiento que se hace en la película Inception de Christopher Nolan. Introducirse en los sueños de alguien para sembrar u originar una idea que alterará su comportamiento futuro. En otras palabras, modificar el sistema de percepciones y creencias para incidir en la conducta.

Cuando se instala en la convicción general, de manera consciente o no, que una determinada opción política en un contexto democrático es potencialmente restauradora de un régimen autoritario previo, puede generarse otra profecía autocumplida una vez que tal opción política se haga con el poder político. Esto ocurre porque, sin lugar a dudas, una de las notas distintivas de los gobiernos autoritarios o autocráticos es su capacidad para infundir temor, de manera que la sola percepción a priori de la posible restauración de una autocracia es capaz generar las condiciones que la posibiliten.

En ese sentido, a las voces que en un contexto democrático suelen hablar, el temor podría tornarlas silentes; las conciencias críticas habituadas a cuestionar y a disentir en un entorno favorable, podrían dejar de hacerlo en un ambiente que consideran riesgoso, aunque realmente no lo sea; quienes en un orden democrático y libre se han convertido en factores de equilibrio podrían mejor optar por la alianza, la complicidad o la connivencia, franca o disimulada, con el régimen político, al percibirlo como autoritario en ciernes. No sólo opera el miedo sino también, en virtud del propio temor, la conveniencia que funciona de modo similar.

Así, las creencias y percepciones terminarían propiciando, también en un caso como este, el caldo de cultivo para hacer realidad lo creído o percibido, por más que originalmente no concurrieran sus  condiciones objetivas de posibilidad. Es sabido que un poder sin diques tiende a desbordarse, de manera que, cuando las personas o instituciones que debieran jugar ese papel dejan de hacerlo se ha incubado el virus del autoritarismo.

El adecuado funcionamiento de los factores de equilibrio del poder público, tales como partidos de oposición, poderes e instituciones públicas, medios de comunicación, etcétera, es fundamental para la conservación y desarrollo de un régimen democrático. La democracia es un régimen basado en el pluralismo, cuando éste deja de manifestarse o se torna pasivo, el sistema democrático corre el riesgo de involucionar a fases predemocráticas o, peor aún, abiertamente antidemocráticas.

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