jueves, 13 de diciembre de 2012

Democracia como proyecto.


México no es una realidad dada ni una esencia: es un proceso.
Octavio Paz.


Una de las vías más cortas para arribar al pesimismo más exasperante es la tendencia a comparar realidades con idealidades. No es que aspirar a realizar ideales resulte necesariamente inconveniente o problemático, pero dejar de distinguir entre lo ideal, siempre subjetivo, y lo real, puede resultar patológico.

Lo ideal se define por oposición a lo real. Los ideales son valiosos para orientar, dirigir y encauzar, mas no para medir o evaluar el grado de evolución de una realidad dada; para ello es necesario proveernos de mejores términos de comparación: un estado precedente al aquí y al ahora de esa misma realidad o alguna otra realidad análoga y en similar estado evolutivo.

No hay realidad, por excelente que resulte, capaz de superar la prueba del contraste con modelos ideales, sobre todo si se ignoran su nivel de desarrollo en un determinado punto inicial o las condiciones, circunstancias y contexto históricos.

El poder explicativo de la idea de Paz, de la que me he servido como pórtico, es formidable. Las realidades humanas, incluida la persona (cada una de ellas), no son algo dado, al menos no totalmente, sino que son obra en construcción, siempre precarias, imperfectas e inacabadas. No se trata de esencias, sino de existencias.

Nuestra democracia, como todas las del mundo, es un proceso afincado en la historia; no es un ente de razón sino una obra común. Como fenómeno histórico, los equilibrios democráticos tienden a ser inestables. Es necesario efectuar continuas revisiones, adecuaciones, rectificaciones y ajustes, pero es importante mantener la conciencia plena de que la Democracia perfecta es un ideal inexistente.

Comprender la distinción, planteada por Bobbio, entre ideales democráticos y democracia real, permite advertir que ésta es un proyecto de vida social basado en el pluralismo como nota distintiva. En ella convergen y se expresan visiones distintas e incluso antagónicas del mundo, de la sociedad y de la política, pero aquella es, precisamente, el mecanismo en el que todas ellas pueden desenvolverse y contribuir al desarrollo de un país.

Esto, sin duda, genera tensiones propias de un sistema democrático, no dirigido a construir, como los regímenes autoritarios, una paz similar a la de los sepulcros, en la que todo está quieto y estable por ausencia de vida. Por eso no debe asustar a nadie que la política democrática genere controversia, disenso y momentos de crispación o encono; los piropos no son exigibles entre contendientes. El debate y la confrontación de argumentos e ideas se cuentan entre las principales virtudes de la Democracia, frente a la imposición jerárquica propia del autoritarismo.

Los mexicanos hemos construido en pocos años un auténtico proyecto democrático, internacionalmente reconocido y apreciado, al que le hace falta, sobre todo, arraigar en la cultura. Pero internamente nos seduce cierta tendencia a la autoflagelación y a la presuposición de que todo aquello que vemos lejano en el tiempo o en el espacio y cuyos desperfectos no sufrimos, es forzosamente superior a lo que hemos venido edificando entre nosotros; a suponer que siempre son otros los que están o estuvieron mejor.

Esta tendencia, aunada a la de confundir a la Democracia con otras realidades desarrolladas a su amparo, como la economía o la política y en adjudicarle los saldos negativos de éstas, termina por saturarla de expectativas ideales y excesivas, carentes de fundamentos reales. Es preciso distinguir entre la Democracia y sus resultados, uno de los cuales es el gobierno democráticamente electo; de esta manera ni las cuentas de una política o de una economía deficiente se imputan al sistema democrático, ni éste sirve como mecanismo exculpatorio a quienes actúan indebida o torpemente.

No distinguir entre la democracia perfecta y las democracias reales puede conducir a la frustración de cualquier proyecto democrático por la vía de la añoranza autocrática. En cambio, asumir que las últimas son forzosamente deficitarias, podrá producir un cierto grado normal de insatisfacción, útil para mantenernos alertas e impulsar el perfeccionamiento del proyecto democrático que en el México de los últimos años ha experimentado un avance fabuloso y que, no obstante, podría detenerse bajo el influjo del pesimismo capaz de olvidar que la alternativa a la Democracia es siempre el autoritarismo, de cualquier género y grado.

 Roberto Martínez Espinosa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dieter Nohlen categorizqa esto como democracia prescriptiva y democracia descriptiva, muy buen artículo.

Anónimo dijo...

categoriza*