viernes, 26 de noviembre de 2010

Todos tenemos algún grado de estupidez propia y momentos en que esa parte de nosotros se sublima. La diferencia está en la magnitud de ese grado y en la frecuencia e intensidad de tales momentos.

Mientras la palabrería es propia del necio, la escucha lo es del sabio.

La razón poderosa no requiere ni muchas palabras ni demasiados decibeles.

Cuando las ideas carecen de fuerza se suele vociferar, así cuando está ausente la fuerza de la razón, se busca persuadir o imponer con la fuerza de la voz.

No siempre lo ingenioso va de la mano con lo sensato.

Hay quienes son insensibles a toda suerte de ironía.

Pocas cosas más absurdas que esta recurrente pretensión humana de tener invariablemente la razón.

La vida es muy bella, sólo hay que saber encontrar la belleza del mundo, oculta entre tanta fealdad.

Presunción, vanagloria y mendacidad, todo en alta voz, aniquilan cualquier conversación.

Hay enanos intelectuales y morales que suelen trepar a la cabeza de los demás para aparentar mayor estatura.

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