miércoles, 12 de mayo de 2010

La susceptibilidad está a flor de piel. Es tan fácil ofender al mexicano. Basta con rozarle la ropa; darle un pequeño empujón, involuntario desde luego, en el tumulto del autobús; quedarse viendo por un segundo a la esposa, así sea para constatar su fealdad, porque dos segundos ya no se resistirían; saludarlo con la cara seria, simplemente porque uno trae dolor de muelas. Al mexicano no hay que lastimarlo ni con el pétalo de una rosa.

Porque se siente. Sentirse es un verbo reflexivo que conjugamos todo el día, y que no es fácil hallarle explicación filológica, por la sencilla razón de que “sentirse” es verbo que registra más el alma mexicana que la gramática española. Estar sentido con alguien es lo mismo que estar dolido, triste, enojado por algún desaire que nos hicieron. Muchas veces real y, muchas más, aparente.

La imaginación del mexicano trabaja horas extras viendo moros con tranchete, donde no hay moros ni tranchetes. En fuerza de su natural susceptible cree advertir aquí una mala cara, allá una mala voluntad, siempre en espera de lo peor, temeroso a cada paso de la emboscada, con lo que él mismo se abre una fuente de sufrimientos y pequeños odios más o menos gratuitos.

J.A. Peñalosa
El mexicano y los siete pecados capitales.

No hay comentarios: