lunes, 12 de octubre de 2009

La escuela ha sido la institución donde los maestros liberaban a los niños, por medio del conocimiento, de los límites impuestos por su medio de origen familiar, social o geográfico. Los elevaban hacia el universalismo del saber y el interés general de la nación. Maestros y alumnos se comunicaban en la aceptación de los mismos esfuerzos, respetando una separación absoluta entre la vida escolar, el aprendizaje de la escuela pública, y la vida privada y familiar. Reinaba la disciplina en el doble sentido del término: de represión a las faltas contra el orden, y de enseñanza especializada. El alumno debía adaptarse a un mundo escolar rígido, exigente, del cual sólo se liberaba por el sueño o el desorden. Hoy, las viejas presiones han desaparecido, los alumnos han introducido su música, su ropa, su vida afectiva, y se han vuelto amos del espacio escolar.
Esta antigua concepción, que estuvo en el corazón de nuestra cultura, ha entrado en descomposición. La escuela se ha vuelto una institución débil; un establecimiento escolar es menos un lugar de educación, que un conjunto de espacios donde enseñantes y enseñados se cruzan. Hay crisis de la escuela, de la enseñanza y de la relación maestro-alumno. La degradación pasa por el principio de la franquicia que tuvo, en su origen, una justificación pero que ha sido banalizado, transformando el recinto en un lugar fuera de la ley.
La escuela no es una casa de educación especializada para jóvenes delincuentes. Debajo de la edad de la obligación escolar, todo joven tiene su lugar; más allá, la escuela es libre de rechazar a aquellos que no se pliegan a sus reglas.
La generación de mi padre, la mía y la de mi hijo, no tienen las mismas jerarquías de valores. Antes, se citaba a Dios, al padre y al maestro; hoy, estas autoridades han desaparecido y no es un problema de educación, sino de sociedad. Hemos renunciado a «imponer», la «autoridad» se ha transformado en una palabra obscena, y las nuevas teorías educativas quieren reformar a los padres. La política de «no intervención» total en los asuntos de los niños ha revelado ser de una violencia inaudita hacia ellos, mucho más dañina que el autoritarismo de antaño, cuando tenían reglas para poder transgredirlas. Antes, los niños-problema venían de las familias problemáticas, hoy vienen de todas partes.
Ikram Antaki
Manual del ciudadano contemporáneo.

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